10 abril, 2013

La servilleta mojada ( Una reseña de la triada hermetica )


 El chiste, que es uno viejo y que he repetido varias veces y ser repetitivo escribiendo requiera de una disposición especial, va así:
 “Los conceptualistas gustaban de proponer el siguiente motivo de reflexión —escribe Tom Wolfe—: supongamos que el más grande artista de la historia, pobre y desconocido, estuviese sentado a una mesa del viejo Automat de Union Square y mendigara un vaso de agua del grifo mientras echaba un vistazo por allí, con la esperanza de poder comerse un trozo de galleta o unas pocas judías abandonadas de cerúleo y tranparente color chartreuse o cualquier otro producto de la Yellow Food que exhibe el Automat y que en ese mismo momento se le ocurriese la más grande obre de arte de la historia. Falto incluso de un lápiz o de una cerilla usada, supongamos que el artista mojara un dedo en el vaso de agua y empezara a registrar la más grande de las inspiraciones, la cima de la vida del hombre como animal dotado de sensibilidad e inteligencia, en una servilleta de papel y con agua de Nueva York como pintura. (…), el más grande artista de la historia, enfermo del corazón, se desplomase muerto sobre la mesa y el dueño pensará que sólo se trata de un borracho muerto y una servilleta húmeda. La pregunta es: ¿habría sido ésa la más grande obra de arte de la historia, o no?”
 Esto fue lo primero que se me vino a la mente el primer día que escuche lo que, en ese momento, pensé, era La Triada Hermética, en una casa en Desamparados que aquella noche casi cruza la línea para convertirse en un bunker. En realidad no escuche nada más que un piano que tocaba repetitivamente los acordes de “Hit the road Jack” entre la bulla del grupo de personas que se estaban refugiando de la lluvia ese día. Casualidad, supongo, que haya aceptado ayudar a un amigo a descargar un camión lleno de libros y revistas viejas para un librería extinta cercana a Plaza del Sol.
 Se diría que un tipo en un piano no hace una banda, y yo estaría de acuerdo, pero a la hora de hablar de una agrupación como La Triada Hermética nunca se puede hablar de una banda en el sentido estricto de la palabra. Les he visto tocar en un ensamble de casi una decena, otras veces han sido solo dos, una vez inclusive recité, megáfono en mano; una historia absurda sobre un predicador callejero dominicano una, noche que la memoria y la sobriedad me fallaban.
 La única constante de La Triada se encuentra en la inconsistencia de su alineación, de sus locaciones y de su repertorio (hay, cierto, regularidades, después de todo “Marta tiene catorce años, y escucha punk”); inclusive el recurso del escenario varía dependiendo el contexto. Así como los goliardos, la sociedad del espíritu libre y otros grupos y sectas heréticas de la edad media, el escenario más conveniente siempre será la falta de escenario. A Gene Simmons, apuntó alguna vez Nick Horby, nunca lo veras a menos de cuatro metros del suelo, a ellas y ellos nunca los veras a más de cincuenta centímetros del suelo (su record de altura ha sido la tarima de la extinta chicharronera Rancho Alegre). 
 No es ya un secreto que ir a un concierto, a un “chivo”, es ir a ver a alguien creer en sí mismo en un escenario. Ir a un concierto es creer uno mismo que es algo más que eso, que hay un mito, que hay una razón de más, algo que sea más complejo y “profundo” que ir a ver a un alguien cantar y simplemente disfrutar de sus canciones. En este sentido La Triada Hermética sobresale sobre muchas bandas nacionales (quizás por no ser una banda en el estricto sentido) y por ello de cierto modo requiere que sus presentaciones se vean desde otra óptica. No estamos hablando acá de alguna pretensión conceptual, aunque claro, todas forma de arte la tiene; importa más la teoría que la obra, dijo alguna vez Tom Wolfe, no sé si celebrándolo o lamentándolo. Los Ramones nunca se preocuparon más que por pasar un buen rato y agradar al público, Sex Pistols recogía, inconscientemente, la herencia de los situacionistas y letristas de principios del siglo XX. En general ninguna banda, compositor, o cantante, sube “desnudo” en el escenario ya que el mismo acto de interpretar una partitura es una representación de esa representación. Se trata de realizar guiños, tirar líneas que unan puntos, de significar algo, de creer en sí mismo en un escenario, aunque ese escenario sea la acera afuera de un zoológico, algún café pretensioso, una casa o algún bar.
 La Triada Hermética es ferozmente artesanal e improvisada. Rescatando las viejas tradiciones medievales, uniéndolo con la tradición punk del “hazlo tu mismo, como una forma de plasmar el hecho de que no aceptan ningún límite de lo que supone debe ser la música, la música pop, y sin embargo con la suficiente sabiduría para darse cuenta que esta negación ya está de todos modos codificada dentro de los límites de lo que se supone debe ser la música. Con esta inteligencia aprenden, como los artistas más exitosos, a jugar con esos límites sin convertirse en algo imposible de digerir y con una potente capacidad de entretener. Una vez que la improvisación se encausa, una vez, después de los primeros instantes de aparente ruido sin sentido, una vez que se ponen de acuerdo, se convierten simplemente en una experiencia innombrable, inexplicable y divertida.
 Podría preguntarle a ese pianista algún día si consideraría que lo que aquel borracho dibujó en la servilleta, con agua, es la obra de arte más grande de la historia, pero ya sé la respuesta que me daría. “Claro que sí”, diría, antes de volver a lo suyo.
  David Eduarte / LTH